A mi me gusta mucho el buen comer. Y cuando me refiero al buen comer, hablo de calidad y de cantidad.
No pinta ni un poco, preparar platos que te provocan más hambre que unas genuinas ganas de comer. Mi propuesta, por lo general, es preparar platos ricos, cancheros y abundantes que salgan del menú básico nuestro de cada día. Siempre se le puede dar un toque especial al menú, sin mucho esfuerzo y con resultados increíbles: nada mejor que un plato bien casero con un detalle único.
Anoche me antojé de puré (juro que me gustaría que la foto fuera propia pero no sabemos bien qué le pasa a la cámara de mi teléfono), realmente la imagen no le hace justicia al plato que preparé ayer, modestia aparte.
Con un poco de imaginación terminamos comiendo un puré rústico al verdeo que dejó a mis compañeros de cena con la panza llena y el corazón más que contento...
Qué hice?
Herví las papas enteras, con cáscara.
Mientras estaban en el fuego, piqué bien finita una cebolla de verdeo.
Cuando la cocción estuvo lista, pisapapa en mano y mucho entusiasmo, empecé el arte de preparar el puré. Manteca, sal, pimienta y leche hasta que la consistencia esté en el punto correcto: ni muy cremoso, ni con muchos grumos. ¿El paso final? agregar la cebollita picada.
Listo.
Un puré distinto.
Un sabor perfecto.
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